De-Generación 80

Las luces bajaron en sala después de la tercera llamada. El 28 de octubre de 2005, la sala del Teatro Georgetti –justo el espacio donde me enamoré del teatro gracias a las obras de Carlos Ferrari– estaba llena a capacidad, así que tuve que tomar asiento en uno de los escalones que separaban los dos niveles de la sala. Tenía el corazón en la garganta, preparado para la vergüenza pública.
“De-Generación 80” era mi primera obra de teatro. El proceso fue casi accidental: Esto se supone que fuera un show para hacer en pubs, no un espectáculo cómico-musical. El proceso en los últimos días había sido terrible. La experiencia posterior me confirmaría que parte del ritual del teatro es la desconfianza en el proyecto justo en el último tramo, causando peleas necias entre las partes envueltas. Esto puede ser porque jamás se está suficientemente preparado, o porque tanto ensayo gasta la frescura de los chistes para los actores hasta causar dudas en la gracia de todo. Otro agravante era mi falta de experiencia en teatro: Mi papel dual como autor y productor me creaba la ilusión de que podía hacer cambios y correcciones a los actores, violando la jerarquía sagrada de autoridad del director.
Otro factor de temor: Aunque ya tenía experiencia como escritor de humor, pero esto era diferente: Yo no podía presenciar las risas o muecas de desagrado que causara mis columnas de “La Vida Misma” en la prensa. Aquí se iba a ver la reacción colectiva a mis letras, y las condiciones ya listadas me advertían de un ridículo público.
Ya era tarde, por supuesto. Sin inversionistas, mi socio y yo invertimos de nuestros ahorros. El teatro estaba comprometido por cuatro semanas, parte de nuestro entusiasmo inicial ante de las señales desalentadoras. El periódico Primera Hora, para el cual era colaborador, había apoyado el esfuerzo mediante anuncios y reportajes. Todo había funcionado: La sala estaba llena. Y oscura. Entonces se escuchó una versión instrumental de “Like a Prayer” de Madonna, y cuatro encapuchados entraron al escenario cargando velas, y tomaron asiento alrededor de una silla. Darían inicio a la sesión espiritista que traería de vuelta a los 80.
Entonces comenzaron las carcajadas. Cuando se mencionan las pizzas de Woolworth, o los tiempos lampiños de Menudo, la sala estallaba con una fuerza que de momento me pareció hasta absurda. Entonces invocan usando cánticos de “Bacala-Nanu-Memé”. El público comenzó a cantar.
Mi alivio fue inmediato y total. Esto es solo el prólogo, algo que escribí cuando comenzaron los ensayos y el director Josean Ortiz sugirió que añadiese una sesión espiritista para justificar la aparición de Manolo Urquiza –un presentador de cine por televisión muy popular en los 70 y 80– como anfitrión del espectáculo. Nadie en el elenco o la producción tenía mucho apego a la escena, que era más bien un remiendo. Pero el público estaba delirante. Me dije: “Y eso, que no han visto lo mejor”. Ya tranquilo y confiado, me quedé en aquel escalón a disfrutar dos de las mejores horas de mi vida.
Dicen que las mejores ideas surgen de identificar una necesidad para la cual no existe oferta en ese momento. Pues yo había observado un fenómeno que consideraba absurdo e inusual: La fascinación de los ochentosos con los comerciales de la época. Cuando ese tema caía entre un grupo de ochentosos, las carcajadas y la alegría era fascinante. ¿Por qué ese encanto con productos de mercadeo? ¿Por qué algo como los comerciales se convierte en iconos para las generaciones? En algún momento me dije: Hay que hacer algo con esto.
La idea original era un evento de “stand-up” con intervenciones de karaoke de canciones de los 80 (esto fue mucho antes que los karaoke fueran tan comunes, y antes de la explosión de nostalgia por los 80). Este concepto resultó natimuerto tan pronto comencé a escribir. Lo primero que desarrollé fue la idea inicial, una escena montada alrededor de estribillos comerciales de la época. La escena ya no bastaba para un comediante: Un matrimonio asiste a un consejero matrimonial porque el marido solamente habla usando comerciales de los 70 y 80 (algunos observan que hay mucho de los 70 en “De-Generación 80”, y siempre tengo que recordar que no se trata de una década, que bien el título se refiere a la generación de los ochentosos, y muchos pasamos la niñez en los 70).
Esta escena, conocida como “La Comercialitisis”, es el núcleo de “De-Generación 80”, pues estableció el tono absurdo e irreverente que llevaría el texto. Mi segundo escrito fue también central para la obra: La Familia de los 80, una mirada exagerada a la pasión de los ochentosos en quedarnos estancados en nuestra época y pretender exigirle similar pasión a nuestros hijos.

Ya esto era obra de teatro. Ahora había que darle la extensión de espectáculo.
De ahí pasé a otros temas que me encantaba de la época. Escribí una escena donde los personajes de Pepín, Rosa y Tito, populares en los libros de lectura escolares, habían crecido y la vida no les había tratado bien. Los disfraces de Halloween recibieron atención. Las traducciones de Manolo Urquiza a los títulos de la película merecían espacio. El Batman de televisión había sido olvidado a cambio de versiones deprimentes y atormentadas, así que debemos rescatarle. No podía llamarse espectáculo ochentoso sin el Libro de Oro del Tío Nobel. Todas estas escenas se hilvanarían con transiciones en una pantalla en escenario, donde presentaríamos escenas grabadas para ese fin, o montajes de escenas de comerciales, telenovelas y otros recuerdos de los 80, que resultaron ser muy populares en las presentaciones de la obra, sobre todo cuando consideramos que todavía YouTube no estaba de moda.

El concepto era inusual y arriesgado. Pero al final, todos sentíamos amor por el contenido, a pesar de las dificultades en los días previos al estreno. Los actores lo desbordaron en escena, y el público les respondía con la misma devoción, respondiendo con risas genuinas (digo “genuinas”, porque considero que en el teatro local el público responde muchas veces con risas por participación social y sugestión a la comedia, pero eso es tema para otro ensayo) y cantando con ellos cuando la oportunidad lo permitía.
El final de la noche terminó con aplausos eufóricos, y una enorme sonrisa en cada persona que salía de la sala. Ya algunos hablaban de volver, que tenían que venir con sus amigos de juventud, que tenían que traer a su familia, que querían verla de nuevo.
“De-Generación 80” ya no parecía un fracaso. Ahora tenía la certeza de que era un éxito.
Aún mi optimismo renovado se quedó corto. La obra no solo cumplió las planificadas cuatro semanas, sino que se extendió durante todo un año. Cuando pausamos para las navidades del 2006, regresamos en el año siguiente con “De-Generación 80 y Pico”. De nuevo, dramas e inseguridades.
Muchos no apoyaban el nuevo esfuerzo porque consideraban que “De-Generación 80” mantenía suficiente éxito para seguir corriendo sin necesidad de hacer una obra nueva. Pero yo estaba encaprichado en la secuela, y sentía que debíamos ofrecer material nuevo. Otro tópico de discordia era el título –Tita Guerrero no paraba de protestar al respecto– pero nunca me atreví a explicar que el título lo había sugerido mi padre, y fue tanta su felicidad cuando le dije que lo usaría, que ahora no tenía corazón para dar marcha atrás al nombre.
De nuevo, las preocupaciones se desvanecieron en la noche de estreno. En pantalla presentamos lo que ocurrió con personajes que no aparecerían en esta nueva puesta en escena: Quedaban fuera Batman, los niños de los libros de lectura y el Tío Nobel. Entonces en el escenario los actores cantaron un montaje de bienvenida que incluía Los Alegres Tres, Luis Vigoreaux Presenta y El Show de Iris Chacón. Entonces nos enterábamos que el matrimonio de la Familia de los 80 está por disolverse debido a una vieja trifulca ochentosa: La guerra entre los cocolos y roqueros.
Consideraba que este hilo central era crucial, pues aportaba una historia con desarrollo y conclusión al concepto, algo que carecía la versión original. Pero no estaba ausente lo irreverente: de nuevo la pareja de “La Comercialitisis” regresaba al consejero matrimonial, Manolo Urquiza repetía como anfitrión, y los recuerdos visuales continuaban atando todo de manera peculiar.
Por otro lado, algunas adiciones debilitaron el conjunto final. Una escena en que los muñequitos visitan la oficina de desempleo resultó ser un “one time joke” (esto se refiere a cuando el concepto es el único chiste). El comediante Carlos Merced era parte del elenco en esos tiempos y la tentación de convertirlo en Pedro Picapiedra era muy fuerte, y la idea de que compartiera escena con Mr. Magoo y Sam Bigotes suena mejor de lo que se ve. La escena es salvada por un monólogo que ofrece Betty Boop. Tita Guerrero salvando el momento.
Otra escena débil –y que los actores intentaron convencerme de remover– los presentaba como niños en los 80. Mi insistencia se debía a que el centro de esa escena era los juguetes de nuestra niñez, otro tema apasionado para los ochentosos. Pero el tipo de comedia en que adultos actúan como niños –a lo Chavo del Ocho o la Escuelita de la Alegría– no tenía cabida en “De-Generación 80” (Pepín, Tito y Rosa son diferentes, pues eran presentados como adultos, aunque aún vistieran igual). Los actores ejecutaban la escena como profesionales, y en este Tita de nuevo era la rescatista, pues interpretaba a una muñeca Barbie (el mejor momento: Se le sale un zapato y dice: “No se preocupen, me pasa todo el tiempo”). Aunque la gente reía en estas porciones, ya estábamos acostumbrados a carcajadas ensordecedoras.
Por fortuna, el resto de la obra si ofrecía el escándalo de la risa. La pelea entre cocolos y roqueros cautivó a los fanáticos, y “De-Generación 80 y Pico” fue otro gran éxito, corriendo hasta el final del año.
Aunque “De-Generación 80” ya no estaba en sala, aún no descansaba. Nos pedían presentaciones privadas, grabamos unos episodios en el Canal 6 (para el programa “La Casa del Artista” que producía Luisito Vigoreaux) y entre una cosa y otra, regresó al teatro.
Esta vez, mi visión era la siguiente: Una versión mejorada del primer “De-Generación 80”. Quedaba incluirle un hilo conductor a la historia, y esta vez la crisis tenía que ver en la relación del Padre de los 80 con su hijo “Madonno”, y como todo se ataba a su trauma de nunca haber aparecido en el Libro de Oro del Tío Nobel.
Un cambio mayor fue rehacer toda la escena de Pepín, Tito y Rosa. En la versión original, la escena era un “one-time-joke”, similar a los casos que ya mencioné. El chiste era que habían crecido y tenían problemas de adultos: Pepín tenía vicios, Tito era un maleante escapado de prisión, y Rosa ya había sufrido varios abortos. Nada malo con el humor negro, pero es demasiado chicle para estirar durante diez minutos.
Entonces me percaté de lo obvio: Los personajes debían estar en ambiente de escuela. La premisa: Solo llegaron hasta tercer grado, como en los libros, y ahora necesitan completar escuela superior porque se le pide en los empleos, Tito sigue estando en malos pasos, y Pepín sigue hablando igual que en los libros por haber olido tanta pega, pero ya esto dejaba de ser el chiste para convertirse en apoyo a los chistes.
El resto lo acomode para un paso más efectivo, conociendo de memoria el funcionamiento de cada chiste. Porque hasta ese momento, entre presentaciones teatrales y privadas, yo había visto “De-Generación 80” cerca de 200 veces. Aquí aprendía algo importante de las presentaciones en vivo.
Antes de esta experiencia, me preguntaba si los artistas no se aburren de cantar tantas veces las mismas canciones. Con el teatro descubrí que, aunque la canción sea la misma, la experiencia es diferentes, tanto por la interpretación como por el público. Cada experiencia es única. Por ejemplo, jamás me aburriré de ver al grandioso Gerardo Ortiz explicando las razones por las cuales Pac-Man es el juego más macho que existe. Recuerde que yo escribí las líneas, así que soy a quien menos gracia le causan. El arte está en la ejecución, y no puedo imaginar a otro actor interpretando al Padre de los 80.
Tomando esos “greatest hits”, ofreciendo un nuevo cierre que dejara al público energizado, y rediseñado por la dirección de Lynnette Salas, “De-Generación 80: Special Edition” se presentó en 2009 en el Teatro El Josco (ahora llamado “El Shorty”) durante diez exitosas semanas. No se descontinuó por falta de público –muchas veces quedó gente fuera– sino porque ahora los artistas tenían más compromisos y fechas separadas. Ésta es mi versión preferida del espectáculo.
La obra fue repuesa en 2016, y decidí enviarla a descansar, ya que soy muy celoso con el espectáculo, y pierdo el control cuando no soy el productor. Dado que ya no pienso regresar a producir teatro, pero sí continuar escribiendo, el próximo proyecto es un libro con el texto (esto que han leído es parte del borrador del prólogo que ya había preparado)
¡Qué vivan los 80!
