En el fondo del jacuzzi hay una blanquita

                                               Alexis Sebastián Méndez / Derechos reservados

Escribí esta parodia a «En el fondo del caño hay un negrito» de José Luis González hace más de 15 años, y educadores de español me lo solicitan para hacer comparaciones en clase. Aquë lo tienen para su uso.

La primera ve que la blanquita Melody vio a la otra blanquita en el fondo del jacuzzi fue al tercer o cuarto día después de la instalación, cuando llegó gateando hasta el baño del master y se asomó a lo que pensaba era una piscina especial.

Entonces el padre –o quien se supone que es el padre– que acababa de despertar sobre una marea de sabanas de aparente seda que la madre jamás confesaría que son de Marshalls, junto a la mujer semidesnuda que aún dormía, le gritó:

¡Echa para acá! ¡Muchacha inquieta!

Y Melody, que no había entendido a entender las palabras pero sí obedecía a los gritos, gateó de regreso, e hizo lo más que se parecía a mirar mal a su padre –o a su supuesto padre– pues aunque ella no pudiese formular bien pensamientos muy complejos, sabía que su padre debía consentirle en todas sus malacrianzas.

El hombre se incorporó sobre los codos. Miró a la mujer que se hacía la dormida a su lado. Él había sentido el brinco de ella cuando le pegó el grito a la nena, y presintió el aire caliente previo a la descarga de palabras soeces que, seguramente, aprendió muy bien durante los recreos de su niñez y que había practicado diariamente. Aún así, al hombre le gustaba mortificarla por las mañanas.

-Bueno -se dirigió entonces a la mujer- ¿Vas a colar café?

Ella tardó un poco en contestar. Hubiese sido más agradable si él le hubiese mentado la madre, o hubiese anunciado un tumor canceroso. Todo esto era culpa de su descuido. Cuando contrató a la empleada doméstica, no hizo muchas preguntas, pues tratándose de una dominicana, presumió que era católica, quienes ejercen las reglas bíblicas o hacen las excepciones según su conveniencia del momento. Pero le salió adventista y de las buenas, y de pronto se encontró con los sábados sin servicio. Estuvo al borde de un “Vete y hazte el café, que para eso tienes manos, y muy mal que las usas, por cierto”. Pero estaba muy cansada hasta para ser desagradable.

-Ya no queda – dijo, sin saber si quedaba.

-¿Ah?

-¿Cómo que “¿ah?”? ¿Estás sordo?

Él empezó a decir: “¿Y por qué no compraste más?”, pero se interrumpió cuando vio que en el rostro de su mujer comenzaba a dibujarse aquella otra  expresión, aquella mueca que ella puso cuando le descubrió un mensaje de texto impropio en su iPhone y se lo tiró a lo loco, causándole un chichón prieto en la frente que, para sus compañeros de oficina, había sido una bola de golf mal dirigida.

-¿Conque se acabó ayer?

-Ajá

La mujer, presintiendo la antesala a una sugerencia de amor mañanero, se puso de pie y empezó a meterse el vestido por la cabeza. El hombre, sin ganas de pararse a buscar café, intentó llenar el silencio señalando a la nena, quien estaba tratando de romper una cartera Louise Vuitton. Desde que la pusieron a Melody en cama –las cunas limitan la libertad, decía la madre- comenzaba el día desbaratando algo que ella notase le gustase a alguno de ellos. De momento comenzó a llorar, un llanto que no era de dolor o hambre, sino de la molestia de no recibir la atención que merece.

-Está aburrida.

-Prende el plasma y ponle Nickelodeon – respondió sin mirar mientras se arreglaba frente el espejo.

El hombre se asomó por una ventana. Miró hacia la entrada de la urbanización cerrada. Los vehículos desaceleraban, mirando las lujosas casas que había al otro lado de la muralla separadora y el guardia mal pagado. Las personas bajaban la velocidad y giraban sus cabezas mirando las mansiones de sobreprecio. El hombre se llevó una mano desafiante a alguna parte del cuerpo y masculló:

-¡Infelices!

Poco después se metió en la Hummer, y que a buscar café. Ya en el vehículo, sacó el disco de Il Divo que tanto detestaba, metió a Willie Colón, y arrancó a refugiarse en algún Starbucks, donde no tendría que escuchar el jirimiqueo de Melody.

                                                        *****

La segunda vez que la blanquita Melody vio a la otra blanquita en el fondo del jacuzzi fue poco después del mediodía, cuando vino la consultora espiritual de la madre y comenzó a hacerle alguna tontería con una piedras y aprovecho la distracción para volver a gatear hasta el baño del master y asomarse en el borde de la enorme bañera. Esta vez, la blanquita en el fondo le frunció el ceño a Melody. Melody había “mirado mal” primero, y le sorprendió que la otra blanquita no se hubiese intimidado. Entonces hizo así con la manita, como hacía su madre cuando alguien le gritaba por virar en U desde el carril del medio, y la otra blanquita hizo así con la manita. Melody no pudo reprimir el gruñido agresivo, y le pareció que también desde allá abajo llegaba el sonido de otro gruñido. La madre la llamó porque iban a estabilizarle el aura.

                                                        *****

Dos vecinas, de las que se consideraban de las originales de la urbanización, comentaban.

-Hay que verlo. Y que contador. ¿De dónde saca tanto dinero un contador?

-El dinero de ella, vecina. Ya se ha divorciado de un radiólogo y de un dentista, los dejó en la prángana.

-Pues nosotros fuimos primero. Esto es un lugar de gente decente. Mi esposo era en ese momento un alto ejecutivo del gobierno, y bastante ojo que tuvo que chupar para llegar hasta ahí. Pero mira, ahora llega cualquiera. Se cree que no me he dado cuenta, pero cuando ella no está, el tipo pone música salsa.

-A mí me dijeron que lo botaron de su firma anterior por haber estado robando, y que ahora no gana ni la mitad de antes. A lo mejor su marido le puede conseguir un puesto.

-¡Ay, Virgen, bendito!… ¿De qué partido es?

                                                        ******

La tercera vez que Melody vio a la otra blanquita en el fondo del jacuzzi fue cuando su madre aprovechó la ausencia del padre para chatear con calma en la computadora. Esta vez Melody venía determinada desde antes de asomarse, y tan pronto se asomó le tiró a la blanquita con el blackberry de su madre. Pero no le hizo daño. Le hizo así con la manita, y la otra volvió a contestar. Entonces Melody sintió una súbita rabia y un odio indecible por la otra blanquita. Y se fue a partirle la cara.

Alexis Sebastián Méndez (c)

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