Nosotros los bibliomaníacos (y adiós a Norberto)
Nosotros los bibliomaníacos (y adiós a Norberto)
Los bibliomaníacos nos entendemos.
La bibliomanía, según la Real Academia Española (referencia que adoramos los bibliomaníacos) es la propensión exagerada a acumular libros. Los japoneses le tienen una palabra: “tsundoku”: el placer de coleccionar libros, por encima a la capacidad del tiempo para leerlos.
Si hay algo que lamentamos los que leemos -no como un entretenimiento secundario, sino como una forma de vida- es que jamás habrá tiempo para leer todo.
Estos son los bibliomaníacos: Los que llegan a una casa, y si ven un librero, se acercan a estudiar los libros. Los que ven a otra persona leyendo en un lugar público y sienten un golpe de gozo, a la vez que buscan descubrir, disimuladamente, el título del libro. Los que ya tienen muchos libros, ven un libro que les interesa, y lo compran -al carajo el “tsundoku”- porque, como dice mi esposa bibliomaníaca: “Tengo muchos libros, pero no tengo ese libro”.

Pensé, por mucho tiempo, que esto era una especie de norma. Recuerdo haber sentido cierta sorpresa cuando escuché al comediante “Seinfeld” cuestionar a quienes acumulan libros: Ya leyeron el libro, y en lugar de desecharlo, lo ponen en un estante, “como un trofeo”. Me percaté del absurdo (siempre hace falta un punto de vista externo para reconocerlo), y desde entonces, “libero” a mis libros una vez leídos, para que otros puedan disfrutarlos. Digo, no a todos. Hay algunos títulos que conservo después de leerlos porque, sí, son trofeos.
Solo nosotros, los bibliomaníacos, podemos entender a personas como Norberto González (de la misma manera que él nos entendía). Nunca son suficientes libros, nunca son suficientes temas, nunca son suficientes ediciones, nunca son suficientes títulos, nunca son suficientes autores. Por una sencilla razón: Nunca hay suficientes ideas. El libro sigue siendo el repositorio de las mentes. Ningún otro medio te permite comprobar que, muchos siglos atrás, en otras culturas, el ser humano se cuestionaba los temas del amor, del propósito de vida, las injusticias sociales, los remedios políticos, el temor a la muerte. Cada mente es una perspectiva, y por eso cada libro es una criatura única: una persona capturada en papel, a través de tiempo, venciendo los límites de la respiración.
No fui amigo personal de Norberto, pero como todos los bibliomaníacos, nos reconocíamos como criaturas extrañas de la misma especie, seres que entienden que la pasión por los libros no es una conducta obsesiva compulsiva, sino un sufrimiento de la mente curiosa, que nunca está satisfecha por más información, historias, personajes y poemas consuma.
Pero interactué suficiente para decir esto: vivía los libros. No importa si su base de datos indicaba que no estaba en inventario: una vez que mencionaba un título, se lanzaba en la cacería de encontrarlo entre las hileras, torres, cajas de libros que ocupaban el espacio de su librería en Río Piedras. Después de un cuarto de hora, le sugería que no siguiera (a veces era un título que solo tenía curiosidad por hojear, sin garantía de compra), pero no se rendía: Sabía la satisfacción que le causa al bibliomaníaco dar con un ejemplar buscado.

Además de mi interacción como cliente, estaba mi papel de escritor. Norberto siempre confió en mis libros. Bueno, confiaba en todos los autores locales. Le frustraba que publicaba mis libros a través de Amazon, pero reconocía el problema: es muy costoso imprimir un libro, a menos que sea en cantidades grandes. Esto es intolerable para el autor independiente. Norberto me hablaba de sus esfuerzos constantes con imprentas locales, buscando remedio. El contenido podía nacer de una mente local, pero consideraba importante que la expresión física naciera aquí, que los otros beneficiarios también fueran de la isla.
Deseoso de trabajar con sus iniciativas, me acerqué con mi más reciente creación, y accedió a publicarla bajo su Editorial Gaviota (porque no solo vendía libros, sino que ayudaba a otros autores a materializar su imaginación). En esos días, le preguntaba cómo estaba: no le veía descansar (lo mismo estaba almorzando rápido en un rincón de su librería de Río Piedras, que corriendo por los pasillos de su librería en Plaza Las Américas), y podía percibir la ansiedad por el impacto de la pandemia: La ausencia de estudiantes en la universidad, los límites impuestos a las tiendas, y otros factores que no ameritan discutirse. Todos conocemos los daños de la tensión al corazón. Pero estoy especulando.
Norberto falleció. En el país se ha sentido un pesar que no solemos ver para un empresario. No me sorprende, pero me sorprende.
No me sorprende, por la calidad de persona de Norberto (las historias que me han compartido no las escribo, porque esto no parecía importarle en vida, así que respeto la misma humildad en su muerte). Me sorprende, porque presumía cierta indiferencia del país hacia los libros.
Los libros suelen ser asociados, muy despectivamente, con los intelectuales. Esto no es nuevo. Todas las dictaduras han promovido la censura de ciertos libros, en ocasiones hasta la quema (recuerde: los libros son ideas). Aún en nuestra sociedad, tenemos nombres despectivos para quien gusta de estudiar (“estofón”, comelibros”). ¿Alguien puede indicar cuál es la deficiencia en siempre querer aprender, en saber más? Inclusive, esto es la postura más humilde: El reconocimiento de que no lo sabemos todo, de que siempre hay más por aprender. Quienes menosprecian a los bibliomaníacos, no entienden lo que desprecian.
Así que, el libro no pertenece a “sabelotodos”. Al contrario: pertenece a quien quisiera serlo, pero sabe que nunca alcanzará tal cosa. El libro es visitar la mente de un desconocido (el autor), e invadir su historia. No importa lo que el autor haya imaginado, el rostro del personaje puede ser de un ex amor del lector, o de alguien que detesta, o de un ardor secreto. La experiencia con un libro es única entre autor y lector, cada experiencia es inigualable, como aventuras de pasión.
Parece que somos muchos los lectores, más de los que pensaba. Quizás no veo tantos libros en salas de espera, porque la lectura se la roba la brevedad y prontitud de los twits, los status y los memes. Pero aún persiste ese deseo por las letras. Hace pocos años, llenábamos Borders, teníamos sección de revistas en cada farmacia, y los jóvenes discutían el más reciente mamotreto de Harry Potter. El placer de leer continua, pero nos lo hemos dejado robar por la satisfacción inmediata de las redes. Quizás nos hemos dejado distraer demasiado.

También, queda mucha cultura de bibliomaníaco. Justo frente a la librería de Norberto en Río Piedras, está “Librería Mágica”. Arnaldo tiene la misma obsesión que hemos discutido. En una ocasión pregunté por el libro de los “Garadiavolos”, una publicación oscura de los 70, e inmediatamente reconoció lo que solicitaba. Se tardó casi media hora en su almacén, pero me insistía que lo conseguiría (lo logró, así como una vez encontró una edición original de “¿Por qué ríe la gente?”, del comediante Diplo). El equipo de “Laberinto” en Viejo San Juan tramitó conseguirme “La patografía”, y me llamaron con sentido de triunfo. “La Casita” en Aguadilla tiene éxito atendiendo el hambre de letras en la región. “Tazas y portadas” en Hormigueros se ha propuesto empujar escritores noveles. Los jóvenes de “Libros 787” quieren hacer llegar libros a todos, en particular boricuas locales y en la diáspora. Este diciembre hay una feria de libro en Barranquitas. En las redes hay varios grupos de autores independientes. Los bibliomaníacos somos muchos, pero vivimos callados, creyendo que la mayoría no nos comprende.
No soy persona de velorio, pero le debía mucho a Norberto. Además, como bibliomaníaco, habíamos perdido un titán de nuestra cultura. En el ataúd le acompañaban, por supuesto, unos libros. Uno era la Biblia (buen recordatorio para quienes duden del impacto de los libros en la humanidad). El otro era “El Principito”, de Antoine de Saint-Exupéry.
Me llamó la atención la inocencia del título. “El Principito”, como muchos sabrán, es un libro mucho más profundo que lo aparentado, con temas como la pérdida, la vida, la soledad, la amistad, y la importancia del amor. Hoy quise repasar la famosa novela (los bibliomaníacos hacemos cosas así, con harta frecuencia).
Me limitaré a mi frase favorita de la obra:
“He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien, sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”.
Es irónico, que para los libros necesitemos los ojos, pero lo que buscamos los bibliomaníacos, no lo consiguen los ojos: Esas palabras que forman ideas, experiencias y emociones, llegan a nuestra mente; pero solo se transforman en nuestro corazón, cuando nos abre a entender otros puntos de vista, cuando nos doblega un poema, cuando nos sentimos acompañados -por ese autor desconocido- en un dolor o una risa.
Así que, si algún día escucha a alguien decir que Norberto falleció porque le falló el corazón, recuérdele que su corazón jamás fallaba. Por eso -entre muchas otras cosas- nos duele a los bibliomaníacos tanto su partida: Porque nos recuerda que, no importa cuanto tratemos, no hay tiempo para todos los libros que queremos.
