Miranda, su lupus, y la meada

Hace unos días compartí unas reflexiones acerca la muerte de un amigo, que llevaba años en status de “debemos coordinar para vernos”. Como sabemos, la única coordinación que existe en este intercambio, es que ambas partes aceptan la amable mentira como reconocimiento de que “el tiempo que tengo libre lo uso para mi gente más cercana, pero eso no significa que no disfruto tu compañía y amistad; ojalá mi tiempo libre fuera aún más; porque te juro que quisiera que compartiéramos más, pero, así es la vida”.

Su fallecimiento coincide con otro que me tomó por sorpresa, aunque no debió tomarme por sorpresa: Una amiga, o casi amiga, murió de lupus. Para facilitar el escrito, cambiaré su nombre para cumplir con la ley “HIPPA mortal”, y me referiré a ella como “Miranda”, ya que, uno de los recuerdos frescos que tengo de ella, es que detestaba la lentitud de otros compañeros de trabajo, y si le tocaba pasar por un pasillo en el que caminabas a trote normal (o peor, estabas detenido por motivos injustificados), te ordenaba: “Mira… ¡anda!”.

Actually, mi amistad con ella no era fuerte (diría que ni débil), y quizás estoy abaratando la palabra “amistad” al usarla en esta oración. Eso no significa que no sintiera cierta afinidad con ella: le impacientaba la mediocridad, detestaba el chisme, parecía incapaz de comunicarse sin sarcasmo, y detestaba cualquier trato que se pareciera a la pena.

Esto último era determinante en su relación con el mundo, pues Miranda sufría la maldición del lupus.

El lupus, para quienes no lo conozcan, es una enfermedad real, aunque tenga nombre para un personaje de “Star Wars”. La descripción básica: Es una enfermedad que ataca tu sistema inmunológico, el cual se confunde y ataca a tus propios tejidos. Esto suele ocurrir en episodios. Muchas veces se nota en la piel. En una ocasión, la noté muy rosada (para entonces, desconocía de su enfermedad) y –siendo el incorregible “humorista” de mal gusto– le pregunté (trágame, tierra), si acaso tenía lupus. Me respondió: “Estaba cogiendo sol en el cementerio”. Extrañado, le pregunté qué hacía en el cementerio, y me respondió: “Meando en la tumba de tu abuela”.

Ya ven, no es que era la mejor de las amistades, pero era una relación sana.

Cuando me enteré de la muerte de Miranda, me dejaron saber del sueño que estuvo empujando durante sus últimos años de vida.

***

Miranda envidiaba el cáncer. Así mismo lo decía. “La gente camina por el cáncer, hacen maratones por el cáncer… Toda la atención es para el cáncer… El cáncer parece hija de Adamari López” (quien me lo dijo tiene un “delivery” terrible… Me hubiera encantado escucharlo en el tono sarcástico tan desarrollado por Miranda).

De ahí su sueño: Crear una serie de actividades para recaudar fondos para otras enfermedades mortales. Su nombre sugerido: “Corriendo hacia la eternidad”.

Claro, nadie le tomaba en serio, porque eso es lo que ocurre con los sarcásticos. Tampoco ayudaba que sugiriera una carrera para gente en silla de ruedas (“desde la cuesta de Cayey hasta Caguas; los tiramos como carritos de Hot Wheels”) y un maratón para gente con Alzheimer (“hay que estar pendiente de los corredores para que no se detengan: cuando olviden porqué corren, les decimos que les persigue un perro”).

Pero, por lo poco que le conocí –y, como he repetido, entendiendo el gen del humor malentendido– estaba ridiculizando su propia idea, porque el sarcasmo nos condena a identificar el absurdo en nuestras propias premisas. Eso no significa que no tomemos nada en serio: Significa que reconocemos que nada puede exigir que se tome en serio (o puesto simple: nada está exento de ridiculización). Su intención era real: Amistades comunes, con negocios, aseguran que entregó propuestas para auspicios.

Este ensayo no trata de mucho más. Lo sé: Otra vez estoy escribiendo sobre la muerte. Pero deben entender que, cuando escribo o menciono la muerte, mi intención es realmente referirme a la vida. Ya es tarde, pero debí tener más de Miranda en vida. El tiempo es cruel, y somos crueles con nosotros mismos. Debí buscar el tiempo y “coordinar para vernos” con mi amigo que recién falleció. También debí conocer mejor a Mirinda, creo que ambos nos lo merecíamos.

Maybe puedo compartir con ella una vez más: Voy a buscar su tumba y orinarla.

Lo sé, es un comentario de mal gusto. Pero no es para usted; es para ella, y les aseguró que lo apreciaría. Corre hasta la eternidad, mi Not Friend.

Alexis Sebastián Méndez ©

Ya existen, al menos en Estados Unidos

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