Drama en el ascensor
La vida misma
Drama en el ascensor
La siguiente historia inspiradora parece un producto de imaginación, pero como ocurre muchas veces en la vida, la realidad es mucho más fantástica que la ficción. No es una leyenda urbana, pues conozco directamente la persona a quien le ocurrió. Pedí autorización antes de contar su emocionante aventura, pero me pidió que le inventase un parentesco distinto al que tiene conmigo. Diremos, solamente por prácticas de narración, que se trata de mi padre.
Demasiada introducción, lo sé, pero creo que un cuento como éste, digno de “Sopa de pollo para el alma”, merece ser anunciado con fanfarria, pues rara vez vemos ejemplos que nos digan tanto de la naturaleza humana. Como toda gran historia, se desarrolla en un lapso corto de tiempo, con el mínimo de personajes, y en un espacio limitado. En este caso, un ascensor.
Hace varios años, mi padre (recuerde, no es mi padre, quiero decir, que en el cuento es mi padre pero en realidad no… mejor olvídelo) se disponía a viajar del tercer al primer piso de un edificio en el cual había pagado una factura. Era un viaje corto, pero cambiaría su vida de manera inimaginable.
Déjenme hablarles un poco de “mi padre”. Se trata de un hombre muy trabajador y muy enfocado en lo que está haciendo. Cuando realiza una labor, ésta requiere de toda su atención y, por tanto, no le gusta distraerse con nada. En este caso, él iba pensando en sus próximas diligencias. Con ese ímpetu y decisión, cuando las puertas del ascensor se abrieron, entró rápidamente dando una vuelta, quedando así parado de frente al panel de los botones. Tocó el número “1” y partió verticalmente a su destino.
Ahora que tenía unos segundos para atender otros asuntos, pensó que quizás era un buen momento para aliviarse de un gas intestinal que le estaba estorbando su comodidad interior. Miró a los lados, por eso de cotejar dos veces, y vio que estaba solo en el ascensor. Si actuaba rápido, quizás podía abandonar allí su amorfa criatura digestiva y escapar a tiempo en el piso destinado.
Sé que la historia ha tomado un inesperado giro grotesco, pero no se preocupe, que aún no hemos llegado a lo terrible. Mi familiar –que no es mi padre– es una persona de mucho peso, científicamente hablando. Sin más tapujos dejó escapar el gas con toda su severidad. La intensidad del sonido se ha perdido en la memoria del narrador, pero lo importante es que, en ese mismo instante, nuestro héroe escuchó una voz gritar: ¡Cochino!
Si usted es metafísico, quizás piensa que la voz provino de un espíritu que escapó del cuerpo en ese momento, o que su ángel de la guarda, encontrando la asignación intolerable, había decidido protestar. Pero no. Como en todos los misterios de la vida, había una explicación sencilla. Cuando mi padre entró veloz y distraído al ascensor, había arrinconado a un enano detrás de él. El disparo le había azotado directamente a la cara, como un puño invisible a la nariz.
La peste fue descomunal. Aquellos que dicen que yo camino muy ligero, deben recordar que cuando pequeño yo tenía que mantener el paso rápido por temor de quedar detrás de mi padre (recuerde, en cada momento, que no fue mi padre), así que puedo imaginarme la densidad en el ambiente. Mi padre, muy caballeroso, se quedó en completo silencio, algo que, seguramente, el enano habría apreciado instantes antes.
La víctima siguió protestando, diciéndole que parece que ya está muerto, que usted es un cerdo, y un montón de quejas bastantes injustas, pues cada cual en su soledad trabaja sus cosas a sus maneras. Aquello había sido un simple accidente. Pero mi padre no sabía qué hacer para resolver la situación. El viaje al primer piso fue eterno.
Al abrirse las puertas, mi padre salió disparado, pasando al lado de tres señoras que iban rumbo a la cámara de gas. Casi corría, cuando sintió que tiraban de su camisa poco antes de llegar a la salida. Al virarse, se encontró al enano, quien había pasado el trabajo de perseguirle con la simple intención de gritarle: “¡Usted está podrido!”
Ésa es la anécdota. Espero que les haya servido de respiración, digo, inspiración. La moraleja es clara y simple: La próxima vez que me escuchen decir que voy a narrarles una historia inspiradora, no me hagan caso.
Alexis Sebastián Méndez (c)

Ay, Alexis!!! Literalmente me hiciste mear de la risa( bueno casi, casi, pues a mi edad no creo que me perdonarian que me meara encima). Soy la comadre de Cuqui, tu maestra de espanol en el colegio. Te sigo desde el momento en le dedicaste la hermosa columna en tu blog. La vida se encargara de que algun dia nos tomemos un cafe. Me alegraste la semana, que ha sido miserable desde mi quimioterapia del viernes. Me hacia falta una buena carcajada!
Me gustaMe gusta