El último porno clásico y yo
El último porno clásico y yo
Mucho se dice que el cine no es lo que era antes. Lo mismo puede decirse de las cintas porno. Y de los columnistas de cine, como fue mi caso durante diez años desde finales de los 90.
Fue entonces que me gané el odio de un fanático del buen cine pornográfico.

Vayamos por parte. Para poner esta historia en contexto, debemos comenzar entendiendo el tipo de reseñista que aspiraba ser.
Vida de crítico
La historia de mi entrada en esta profesión, sus satisfacciones, y sus múltiples frustraciones, merecen su propio espacio en algún momento. Estoy seguro que la curiosidad la levanta la palabra “frustraciones”, así que compartiré dos que son relevantes.
Primero: Los fanáticos toman con demasiada importancia la opinión de un crítico.
Siempre insistí en usar la palabra “opinión” en mis reseñas, en lugar de la autoritativa “crítica”. Nadie puede ser autoridad en el gusto ajeno. Entiendo que cada crítico tiene su punto de vista, y los fanáticos deben familiarizarse con algunos reseñistas, hasta identificar cuál comparte su gusto. Igual que hace con los amigos.
Dicho esto, no consideré nunca que las reseñas fueran un tema de profunda seriedad. Al final, la inmensa mayoría son producciones diseñadas para agradar al mercado, apenas hay obras que interesen presentar un cuadro humano real que invite a la reflexión. Hay películas que no respetan a su público, ¿por qué habría de respetarlas?
Cuando comencé esta labor con Primera Hora, le pregunté al editor Nelson Del Castillo si podía escribir usando sarcasmo. Me miró sorprendido, no esperaba esa pregunta, pero pareció intrigado por la idea, y me dijo que sí, dando pie a mi eventual carrera de más de veinte años como escritor de humor.

Segundo: Los fanáticos toman con demasiada importancia la opinión de un crítico.
¿Ya esto lo dije? Ahora lo presento desde el otro punto de vista: Aunque yo no tratara con seriedad el tema, para muchos fanáticos de cine, esto es un asunto serio, que cuesta amistades (como me ocurrió cuando advertí, con “The Force Awakens”, que Disney iba a arruinar la trilogía; estoy esperando a algunos de los que me insultaron a que e den la razón), levanta odios (una lectora me escribió a mi e-mail, advirtiendo que lo hacia a escondidas del marido, quien no quería saber de mí desde que tuve la osadía de opinar que no me gusta Daniel Craig como “James Bond”), y forma dramas innecesarios (como un colega crítico que formó un sonoro berrinche en un restaurante cuando le expuse que el desenlace de “The Goonies” viola su propia premisa; parecía que le arruiné la niñez).
Alguien que se tomaba el cine muy en serio era Héctor Cruz de Aguadilla. Y no solo el llamado cine comercial, sino las películas pornográficas de la llamada “era de oro” del género.
Él no estaba preparado para mi humor. Yo no estaba preparado para su indignación.
Me escribió a mi sección de “Preguntas y respuestas”, donde contestaba preguntas relacionadas al cine.
Primera carta
Héctor Cruz me escribió en diciembre de 1999. Su carta:
“Quisiera saber: ¿Tiene conocimientos de la industria porno? No se pueden menospreciar. Hay películas que son buenas, tales como “Taboo” y “Deep Throat”. ¿Qué ha sido de la vida de artistas tales como Vanessa Del Río, Candy Samples, Kay Parker, Loni Sanders, Seka, Lisa Deleew, Bridget Monet, Annette Haven, Little Oral Annie, Marlene Willoughby, Jasie St. James, Shanna Grant, Desiree Couesteau, Serena, Harry Seems?
Supe que Candida Royale es productora. Mis favoritas son las de John C. Holmes, que lamentablemente falleció en 1986. Ya éstas no se consiguen.”
El listado tan extenso de artistas, me advierte que no procura que conteste, pues el espacio de prensa no lo permitiría. Me sonaba como alguien orgulloso de su conocimiento en el género pornográfico, y deseaba lucir su dominio en el tema.
Mi respuesta se publicó el 6 de enero de 2000. Después de aceptar que es muy poco lo que conozco de cine porno, le aclaré:
“…Durante mi curiosidad adolescente, vi algunas películas triple X, pero eventualmente conseguí novia, paso que le sugiero que siga”.
En aquellos tiempos, residía en el maravilloso pueblo de Aguadilla, lo cual estaba indicado en la dirección postal que ofrecía al final de mis reportajes. Eso me llevo a este cierre:
“También veo que es de mi pueblo, Aguadilla. Si algún día nos cruzamos, amistosamente le estrecharé la mano, si promete lavársela antes”.
Estaba orgulloso de esta respuesta, pues había sido sincera: Era muy poco lo que conocía del cine porno, aunque había visto uno de los filmes mencionados.

El porno y yo
Se considera que la llamada “era de oro” del cine porno comenzó en 1972. Gran parte del auge se le debe a uno de los filmes mencionados por Héctor Cruz. “Deep Throat” trata de una mujer que tiene el clítoris en la garganta, así que pueden anticipar de qué trataba el filme. La fama fue tanta que, el título fue el seudónimo usado por el confidente de los reporteros del “The Washington Post” que descubrieron el escándalo de Watergate.
Sobre “Taboo”, les digo pronto.

En aquellos tiempos, yo era un estudiante de primaria, y no tenía acceso a este tipo de material. Más bien, casi nadie la tenía: El cine porno era un fenómeno de salas de cine especializadas.
Recuerdo a mi padre conducir por Santurce, cuando pululaban estos tipos de cine. Siempre fui amante de las películas, y miraba los títulos anunciados. Casi ninguna presentaba los títulos: Solo mencionaban “Dos películas XXX” (nota: no hay tal clasificación como “triple X”, solo “X”; los productores inventaron la versión de varias “X” para sonar más intensas que las demás).
Ahora podemos entender que no tuvieran títulos. ¿Qué más da? No es como si hubiera visto los cortos por televisión. Por lo menos, esto aplicaba a la mayoría de las producciones pornográficas. Aunque había un mercado que cuidaba presupuesto, calidad de filmación, y hasta libreto, lo cierto es que rápido creció un mercado de producciones baratas y breves que iban directo a la acción, como el caso de la primera porno que vi.
Antes, aclaro que nunca vi una porno en el cine, así que desconozco si son ciertos esos cuentos sobre pisos pegajosos. La primera vez que intenté entrar a una de estas películas fue intentando ver “Calígula”, que se exhibía en un cine en El Condado (sí, El Condado). Mi amigo Bebo no supo mentir sobre la edad, pues tratamos aparentar 18, pero dejó saber que solo teníamos 16. La segunda ocasión fue para mi cumpleaños número 17. Lo que hoy llamamos Fine Arts de Miramar, era un cine pornográfico. Esta vez fui yo quien metió las patas en boletería. Cambiamos el plan, y fuimos a los cines de Plaza a ver un estreno de “James Bond”. Mi amigo Rafy Blasini se fue mortificado. Caramba, la cinta era “Octopussy”; al menos había “pussy”, aunque fuera en el título.

Esa era la vida de mi juventud y el acceso a la pornografía.
La salvación del bellaco llegó en forma de VHS. Ahora podías compartir tu material caliente, sin tener que exponerte. El VHS fue el que mató al cine porno.
La primera cinta la vi en casa de un vecino y, aunque les parezca que bromeó, era una porno usando el cliché del entregador de pizzas y la cliente caliente.
Ya mismo regreso a esto. Quiero regresar donde Héctor Cruz. No es el tipo de persona que debemos dejar solo mucho tiempo.
Segunda carta
Recibí durante enero otra carta de Héctor, repitiendo la misma pregunta, con muy pocos cambios. Aproveché mi sección de “Preguntas y respuestas” del 3 de febrero, para hacer mención dentro de la respuesta de otra lectora. Después de sugerir que nunca dejen de comprar Primera Hora, escribí:
“De paso, aprovecho para extender la sugerencia a Héctor Cruz, a quien en la misma fecha contesté su misiva sobre películas pornográficas. Parece no haber comprado el ejemplar, pues volvió a escribirme pidiendo respuesta. No me molesta que me escriba, pues así ocupa sus manos en otros menesteres”.
Héctor tampoco leyó esto. Entonces vino su tercera carta, y nuestro enfrentamiento en papel.

Más sobre el porno y yo
Quiero aclarar que no he estudiado cine. Me considero narrador. Mi pasión por el cine es por eso mismo, porque es un gran vehículo para presentar personajes y contar historias. Soy autor de novelas y obras teatrales. Por eso me aseguraba que mis críticas no trataran de aspectos técnicos que no domino, sino que evaluaba los elementos narrativos.
El problema es que esto lo extiendo a todo lo que veo, incluyendo las porno.
Así que, cuando veo mi primera película, y la cliente comienza a bajarle el mahón al pizzero, mis amigos parecieron emocionarse ante el televisor, pero yo solo pensaba: “¿No se va a comer la pizza? ¿Acaso no la ordenó porque estaba hambrienta? ¡Se le va a enfriar!”.
No todo el cine pornográfico era así. En la llamada era de oro -las cintas de “Emmanuel”, “The Story of O”, “Debbie Does Dallas” – los filmes procuraban tener un argumento, aunque fuera por mero pretexto. Una de esas cintas, con argumentos, filmación en exteriores, y música que no parece sacada de un órgano casero, es “Taboo”.

La película pude verla también por magia del VHS. El tema es desagradable, pues es un filme de incesto. Pero la cinta tiene un humor muy perverso. Por ejemplo, la mejor amiga de la protagonista, es una ninfomaníaca. Cuando la protagonista le llama ansiosa por teléfono, y comienza a contar que su hijo la sedujo y tuvieron sexo, la amiga, excitándose, se toca mientras le escucha. Sí: hay quienes se masturban con tus problemas.
No pensaba escribir esto en la prensa. Que haya visto “Taboo” es irrelevante. Como sea, lo que vi de porno fue por curiosidad. Nunca lo he podido disfrutar.
La tercera carta
En mayo de 2000, volví a contestarle a Héctor.
Su carta:
“Le he escrito en varias ocasiones y nunca me contesta las cartas. Leo su sección de cine los jueves en Primera Hora. En realidad, el cine porno clásico es mi favorito.
Pregunta: Sobre la actriz de “Taboo 1”, ¿qué papel hace la actriz porno Juliet Anderson? ¿Por qué Kay Parker hace el papel principal? Tengo entendido que la película ganó un Oscar como mejor película de ese género.”

Mi respuesta:
“Héctor, estoy por creer que es cierto eso que decían de que cierta costumbre solitaria en exceso puede afectar la vista. Te respondí el 6 de enero, y más adelante en febrero, dentro de la carta de una lectora. Creo que ya te estoy cogiendo cariño. No te he ignorado, aunque quizás no sea mala idea.
Sobre tus preguntas, al menos te haré una aclaración: no hay tal cosa como Oscar para mejor película pornográfica. El día que haya categorías como “Mejor actriz de reparto repartida entre tres” y “Mejor falta de vestuario”, por mi madre que dejo este trabajo.”
Claro, el lector había usado la palabra “Oscar” para referirse a “premio” (estos filmes son reconocidos, solo que no es por la Academia de Artes y Ciencias del Cine), pero encontré una buena oportunidad para divertirnos.
Héctor no lo encontró divertido.

Campaña de odio
Durante más de un año, recibí cartas de odio de parte de Héctor Cruz.
Algunos de sus insultos:
“Ya no compro el periódico los jueves si no que lo busco en la basura”.
“Lamento decirlo tu trabajo es una porquería; Primera Hora debiera eliminarlo.”
“Lo que haces es una porquería”.

No se limitó a mi sección de cine. Aún más popular que mi segmento sobre películas, era la columna de humor semanal “La vida misma” sobre la cual indicó:
“…tu columna ‘La vida misma’ estás como Cantinflas, hablar mucho sin decir nada y aquí es escribir mucho sin decir nada”.
Después de esta observación, sus siguientes cartas no iban dirigidas a “Alexis Sebastián Méndez”, sino a “Cantinflas”.

Además de atacar a “La vida misma”, aprovechó que ese año publiqué mi primer libro de cuentos, titulado “Alegres infelices”:
“Referente a tu libro, no sirve para nada, es una mierda”.
“Tu libro es un triunfo al fracaso; bótalo”.
Todos los signos de puntuación usados son mi adición por claridad, porque Héctor piensa que la “coma” es una instrucción de cine porno. Como sea, seguimos.
Su intención de insultar lo llevo, claro ésta, a lo personal. En alguna entrevista debo haber indicado que soy hijo de cubanos, lo cual explica las siguientes palabras:
“… los emigrantes que huyen cobardemente del país que los vio nacer”.
Pero nada de eso me convenció tanto de su rabia, como su afán por demostrarme su conocimiento del cine, lo cual intentó de la manera más inusual.
La evidencia de un fanático
Otra vez, un poco de historia del cine. Antes que existieran las grandes cadenas de cine (que ahora es solo una), los cines independientes eran la norma. Como les dije, no había VHS, así que las películas sobrevivían por mucho tiempo, brincando entre salas, siendo parte de doble tanda, u ocupando solo unos días de la semana en la pantalla.
Con tanto para memorizar, cada sala independiente tenía un programa semanal en forma de una hoja.
Para demostrarme su conocimiento en el cine, me envió un puñado de hojas con cartelera de cines del oeste.

Esto me dijo mucho sobre su furia. Esta persona ha guardado esto durante más de 20 años; por tanto, lo considera valioso. Y estuvo dispuesto a desprenderse de algunos, buscando -no insultarme, porque no hay insulto posible en esto- sino que lo respetara, que lo tratara como un amante y conocedor del cine.
Poco después envió otra carta en reacción a mi crítica sobre el regreso de “El exorcista” a los cines. Adjuntó otro programa, como si fuera a modo de tarjeta de presentación.

Después, no escribió más, o quizás dejé de mantener su correspondencia y no lo recuerdo.
Lecciones aprendidas
¿Qué podemos sacar de todo esto? ¿De qué sirve leer tanto, sin sacar algún pedazo de sabiduría?
Como les dije, parte de mis frustraciones como columnista de cine, era la incapacidad de la gente en aceptar puntos de vista diferente.
Ahora entiendo algo de esto: Si creen que soy una autoridad (nota: escribir de cine no te hace autoridad, y nunca pretendí serlo; eso es una invención del lector), y opino algo diferente a ellos, lo interpretan (aunque no lo articulen así) como una acusación de que ellos no saben de cine. Y si hay algo que insulta a un “fiebrú” del cine, es que le subestimen.
Que es el caso con Héctor Cruz de Aguadilla, el último “porno clásico”: comienza queriendo demostrar lo mucho que sabe; no hago reconocimiento a ello, y por tanto se esfuerza en lucir su fanatismo por el cine, sea con programas de las salas, o con datos irrelevantes sobre “El exorcista”.
Pero si se va a llevar un aprendizaje de todo esto, que sea el siguiente:
Cómase la pizza primero, mientras esté caliente. Entonces tenga sexo.

Alexis Sebastián Méndez ©
A su manera, una hermosa historia de amor intenso con un alumno aventajado de Jack el Destripador como protagonista. Mi enhorabuena.
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