De cómo Spielberg embarró un gran musical
West Side Story (2021)
Protagonistas: Ansel Elgort, Rachel Zegler
Director: Steven Spielberg
De qué trata: El director más exitoso del pasado medio siglo, ha pasado su edad de mejor agilidad mental, y en una demostración de arrogancia y prepotencia, cree que puede superar la adaptación fílmica de 1961 del musical “West Side Story”.
Ese musical, antes que se me olvide, está inspirado en la obra de “Romeo y Julieta”, pero en lugar de familias enemigas, los enamorados provienen de gangas callejeras rivales en Nueva York durante la década de los 50 (“Los Jets”, que son blancos hijos de inmigrantes, y “Los Sharks”, que son boricuas).
Opinión: Me resistía a ver la nueva película de “West Side Story”. Primero, la rendición del cine ante la tendencia de corrección política, iba a resultar en alteraciones mayores. Segundo –y más importante–, que el filme del 1961, que es una de mis películas predilectas, sería muy difícil de mejorar.
La curiosidad pudo más. La banda sonora es magistral, quizás la mejor de cualquier musical (aún las piezas que no son famosas, son fabulosas). Y el director es Steven Spielberg. Muy bien, sabemos que no es infalible, pero consideraba que aún es de confiar.
Mi primera preocupación se validó desde la primera escena. “Los Jets” entran al barrio de los boricuas, y arruinan un mural con la bandera de la isla. Esto no estaba en el filme original, y presenta a “Los Jets”, o los blancos, en “los malos” y “los provocadores”, mientras que los boricuas son víctimas. En el filme de 1961, ambos bandos cargaban la misma culpa.
Pero en lugar de criticar a la película por esto, me critiqué a mí mismo por querer encontrar esta actitud. En realidad, hay unas capas adicionales en el asunto: los blancos se sienten desplazados por los boricuas, aunque ellos no son los culpables, sino el desarrollo urbano. Los extranjeros son sus chivos expiatorios. En fin, todos son víctimas, pero mal usan sus resentimientos.
Además, los boricuas no son tratados con pinzas. La reputación machista está presente, y los acentos son marcados (hago la observación, aunque sea obvia, porque hoy hemos llegado a extremos tan absurdos que, si presentamos a un extranjero con acento, hay acusaciones de xenofobia).
El mayor cambio en este sentido –y lo anticipaba – es en la canción “America”. Las primeras líneas de la versión original eran de desprecio hacia la isla. Esto hay que ponerlo en contexto. El personaje es una boricua que no desea regresar a Puerto Rico, y expresa su rechazo al país. Nos guste o no, sabemos que es la actitud de muchos que se van a los Estados Unidos y no quieren mirar atrás. Esto es el pie para el tema genial de la canción: mientras algunos boricuas expresan la promesa del llamado sueño americano, otros responden señalando la realidad que les toca.
Todo el comienzo de la canción fue cambiado, porque es más fácil complacer a quienes son incapaces de entender contextos que hacerlos entender. En otro caso, que me pareció risible, la letra de “I Feel Pretty” fue modificada para no usar la palabra “gay” (o “alegre”), para poder esquivar su nuevo significado.
Hay que entender que estos cambios no son importantes dentro del conjunto total de la obra, y que son insignificantes. Parte de la labor cuando se adapta un trabajo, es ajustarlo para las sensibilidades modernas. Así que, en mi apreciación, los ajustes por “corrección política” no entorpecen la historia.
Quien la arruina es Steven Spielberg.
El problema que enfrenta el director es el siguiente: ya existe un gran filme, es muy conocido, y tiene que hacer las escenas suyas. Es decir: no puede parecer que “se copia” de la película anterior; debe ofrecer algo igual o mejor en las escenas. Y no lo logra.
Usaré de ejemplo una de mis escenas predilectas del filme de 1961.
Cuando los protagonistas, “María” y “Tony”, se encuentran por primera vez, es amor a primera vista. Ocurre en un baile en una cancha bajo techo. Esto es presentando utilizando el potencial del medio audiovisual: todo queda borroso, excepto ellos dos, y se acercan cruzando la pista donde hay decenas de bailarines. En otras palabras, en ese momento, no hay nada más en sus sentidos que el otro. Ya uno frente al otro, ocurre una seducción con pasos de baile, mientras parecen estar en otro plano.
¿La versión de 2022? Se miran, y van a encontrarse detrás de los “bleachers” de la cancha. Es una escena sucia, no en sentido moral, sino estético. Estoy seguro que Spielberg sabe acentuar en pantalla (como la nena vestida de rojo en “Schindler’s List”) pero, como mencionamos, no puede hacer lo mismo que en el otro filme, y es difícil idear algo mejor.

No quiero ser tan cabeciduro, y debo reconocer algunos aciertos. Por encantadora que es Natalie Wood, jamás pasaba por boricua. Rachel Zegler no es puertorriqueña, pero por lo menos lo luce. Así mismo, el intérprete de “Tony” en el 1961 parecía más un estudiante de medicina que un ex pandillero. En cuanto los números musicales de esta nueva versión, la única canción que me pareció mejor usada fue “Cool”.
Ambos filmes sufren de lo mismo: se extienden demasiado después del encuentro trágico entre las gangas. Esto es un mal que se arrastra desde la obra teatral original, pues todo el segundo acto ocurre después del incidente, y el tono es más sombrío y pesimista.
Acepto que los filmes deben apreciarse por sus propios méritos, y no en comparación a otras versiones. Creo que esto aplica solo a algunos casos. En el caso de “West Side Story”, se está apelando a los fanáticos del musical del 1961 (pista: por eso incluyeron a Rita Moreno), así que entiendo que esa es la referencia que tendrá casi todo el público.

Pero, ¿qué tal el público que no ha visto la original? Mi consejo: No deje de ver el filme de 1961. La versión descolorida, desabrida y melodramática de Spielberg, puede pasarla por alto.
Alexis Sebastián Méndez ©
27 de noviembre de 2022
