La Navidad de Laudelina
La victoria puede tomar décadas, y manifestarse de maneras inesperadas.
Mi madre tuvo una niñez pobre, como es costumbre en toda generación previa. Vivió sus primeros años de vida en Hershey, un pueblo cerca de La Habana en Cuba (el nombre sugiere que la empresa de chocolate tenía sus propias fuentes azucareras en la isla caribeña).
Mi abuela enviudó cuando mi madre tenía cuatro años de edad. Eran varios hermanos –no recuerdo la cantidad– pero fueron muriendo poco a poco. Mi madre a veces me mencionaba alguno, y mi abuela concluía indicando como murió (“Lorenzo tenía doce años cuando cayó por un techo de zinc oxidado, y murió de tétano”). La historia de la familia parecía sacada de “Final Destination”.
Sobrevivieron mi madre y una hermana, la cual se quedó en la llamada “Cuba de Fidel”. Mi madre logró salir de Cuba junto a mi padre, pudiendo dejar atrás una juventud de pobreza, para vivir una adultez de pobreza.
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Esta miseria se manifestaba de varias maneras. Por ejemplo, mami no compraba nada para su esparcimiento. Lo único que se acercaba a gastos de entretenimiento, era la compra de Vanidades, leer novelitas de Corín Tellado, visitar el “beauty parlor”, y jugar bingo los fines de semana en la Casa Cuba.
Así que nos sorprendimos cuando llegó a casa con un disco. Cuando digo disco, me refiero a lo que ahora llaman “vinilos”, que en aquel entonces llamábamos LP (significado: “Lo pones”).
En mi casa no había muchos discos. Mi hermano tenía algunos de salsa, yo tenía unos de La Pandilla y el de Chespirito que conseguí en Tiendas TomMcAn, y mi padre algo que se llamaba “Los violines de Pego”, imagino que porque, después de escucharlos un rato, querías pegarle a alguien con un violín. Hasta mi abuela, en una ocasión, había comprado el disco 7 de Álvarez Guedes, para cumplir con el dogma católico cubano: “En cada hogar debe haber una figura de la Caridad del Cobre, y un disco de Guillermo Álvarez Guedes… Ahora recemos el rosario… otra vez… ¡coño!”
Mami nos presentó el disco emocionada. Ella había conseguido un empleo de corto plazo haciendo demostraciones de ollas en Woolworth. Allí escuchó un “disco precioso” de Navidad. Tuvo que comprarlo.
La adquisición se titulaba “Encuentro Navideño”, interpretado por Mercy Fernández y su piano. Por la foto de Mercy, puedo concluir que es cubana: seis galones de aerosol en el cabello, joyería demasiado grande, y aspecto de haber caído por un techo de zinc y sufrir tétano. La producción consistía de distintos “medley” musicales en piano (ejemplo de la última pieza del lado A: “Las nubes/ Saludos, saludos/ Este pobre lechón/ Repartiendo el lechón/ El burrito”).
Era un disco inocente, como mi madre, a quien jamás vi insultar a alguien. La música era agradable, como para tener de fondo en un restaurante durante una temporada navideña. Pero ya. Mi madre no lo veía así.
Pero antes, otro cuento navideño sobre Laudelina. Así se llamaba ella, aunque solía decir que su nombre era Laude, me imagino que su niñez pobre no le permitía tener todas las sílabas.
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El otro cuento navideño está relacionado a los regalos que recibíamos en Navidad.
Mi hermana menor y yo escribíamos una lista detallada de los regalos que deseábamos. Creo que había confusión, y que la lista se interpretaba como “juguetes que no deseamos”. No importa lo que pidiéramos, yo recibía un xilófono cada año. Puedo entender la primera vez, pero ¿por años consecutivos? Es como si mis padres pensaran “Carajo, qué mal suena, el problema no debe ser él, debe ser que el xilófono está malo”.
El regalo de mi hermana: Un set plástico de platitos y tazas, con su tetera para servir bebidas. Nunca lo usaba. Nunca. Y al otro año, recibía otro set de tazas con diseño diferente. A veces incluían artículos de cocina, como ollas.
Ya siendo adultos, un día nos burlábamos de esto. Mami no se reía. Le confrontamos: ¿Por qué tanto set de tazas y ollas?
Mami explicó que cuando era niña, veía a otras amigas jugar con estos sets, y que ella moría por tener uno. Pero jamás pudo.
Al año siguiente, le regalé un set de tazas y ollas de juguete a mi madre. Juraba que era un gesto bonito, pero ella no pareció apreciarlo, quizás pensaba que me estaba burlando. O quizás estaba hastiada de mostrar ollas en Woolworth.
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Otro cuento de la pobreza de mi madre. Cuando la visitaba, me servía agua en un vaso plástico con varias vidas: El vaso había llegado al hogar como envase de margarina, pasaba unas semanas custodiando salsa de tomate, durante unos meses guardaba habichuelas en la nevera, pasaba entonces unos años como custodio de sofrito. Solo entonces podía pertenecer a los vasos para consumo de líquidos por la familia.
En una ocasión le cuestioné a mi madre: ¿Dónde están los vasos de cristal que te compré? Muchos años antes, cuando cobré mi primer cheque como empleado de tienda, le regalé una caja de vasos.
“Están en el comedor” me respondió.
No me había percatado que los tenía en el chinero.
Nuestros amigos tenían figuras Lladró en sus chineros.
Nosotros teníamos vasos de Kmart.
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Todas las Navidades, varias familias de cubanos exiliados se reunían en una casa en Guaynabo. Aquí se celebraba el espíritu de la Navidad cubana: Todos competían en dejar saber lo bien que les iba. Mis padres no participaban en esas conversaciones, no por humildad, sino porque iban a perder.
Estas fiestas son ruidosas. Los cubanos son muy escandalosos; esto les permite pararse en una playa de Miami y hablar directamente con familiares en el Malecón de La Habana. Sobre todo esto, hay que lograr que la música se escuche. En aquella época, dominaban los merengues navideños.
Mami, sin alertarnos, llevó su disco de Mercy Fernández y su Piano. Cuando tuvo oportunidad, lo puso en el tocadiscos.
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Mami no pudo disfrutar la fiesta. Estuvo insultada toda la noche.
Uno de los amigos cubanos, escuchando la música, preguntó:
“¿Y ese disco?”
“Lo trajo Laude” –contestó alguien.
Entonces, como si mami estuviera aún en Cuba, vociferó:
“¡Laude! ¡Quita esa mierda!”
Mami no estaba acostumbrada a ese lenguaje, y tampoco a ese tipo de ataque descortés.
La única vez que escuchaba a mi madre hablar sucio –fuera de si repetía un chiste de Álvarez Guedes– era cuando se quejaba de la prominencia del sexo en el cine.
Cuando le señalaban que el sexo era algo natural, ripostaba enfadada: “Cagar es natural, y no vas al cine a ver gente cagando”.
No le di mucha importancia al incidente, pero debe haberla lastimado más de lo que aparentaba. Nunca más se puso el disco en casa.
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Mis padres fallecieron hace tres años, con pocos días de separación. Mientras limpiaba la casa, me deshice de los vasos de Kmart, que ya tenían una capa endurecida de polvo y telaraña. No encontré el set de juguete que le regalé a mami. Después recordé que ella se lo había pasado a una de mis hijas.
Me deshice de casi todos los discos LP. Entre ellos, estaba “Encuentro navideño”, de Mercy Fernández y su Piano.
El disco de mami que nadie apreció.
Lo conservé.
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Escribo estas líneas mientras escucho el inocente piano con música contagiosa.
Mantengo una colección envidiable de vinilos: Héctor Lavoe, Tito Rodríguez, Rubén Blades, y hasta originales de Los Beatles.
Entre todos estos, mi disco más valioso es desconocido. Mi madre ya no está, pero estoy seguro que disfrutaría su victoria: Le hicieron quitar el disco en aquella fiesta de Navidad, pero por el resto de mi vida, será mi música para esta fecha. Ella se creía pobre, pero me siento millonario por haberla tenido por madre.
Solo me falta brindar por ella con un vaso de margarina.
¡Felicidades, mami!
Alexis Sebastián Méndez ©


Maravilloso y emotivo homenaje a tu santa madre. Gracias por compartir con nosotros.
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Alexis, qué recuerdos… conocí a tu mamá en el bingo de la casa Cuba. Mi abuela me llevaba y yo era la única niña entre todas las viejitas cubanas. Siempre fue muy amable, mi abuela la apreció mucho. También conocí a Mercy Fernández, tocaba el piano en González Padín o Velasco, no recuerdo bien…. Y era amiga de mi mamá, que también trabajo en Plaza. No tuve el placer de escuchar su disco. Pero el flash back mas brutal fue el del sabor a margarina en el envase plástico. Mi familia también los usaba en vez de vasos de cristal… creo que era costumbre de las familias cubanas pobres.
Me encantó tu escrito, tu mamá debe estar muy orgullosa de ti en el cielo.
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