Cinco reglas para bajar de peso (o: cómo rebajé 40 libras que nunca subiré)

Introducción

Durante los pasados tres meses, he compartido en Facebook las fotos de mis resultados mientras bajo de peso. Tranquilo: No estoy vendiendo batidas ni pastillas. Lo que ha ocurrido es que recibo mucha correspondencia de personas preguntando cómo lo he logrado, que cuál es la dieta, el secreto, etcétera.

No me molesta responder, pero para no repetir lo mismo tantas veces, y para alcanzar a los que tienen curiosidad pero prefieren no preguntar, aquí tienen mi resumen.

Un poco sobre mi cuerpo, sin tener que ir a PornHub

Empecemos con una breve descripción física: Mido 6 pies y 2 pulgadas (todo en estatura, payasos). Esto es una dicha brindada por la naturaleza, ya que en los varones, esto te coloca en la condición de “considerado guapo aunque sea feo” y de “se merece un bofetón, pero el tipo es más grande que yo”. Encuentro maravilloso gozar de estas ventajas, sin haber hecho absolutamente nada para tener esta estatura.

Lo que sí está en mi control, es el aspecto del peso. Durante unas cuatro décadas, fui un tipo delgado, y por mucho de mis 30, fui un tipo “fit”. En un momento en esa etapa, rebajé tanto (32 de cintura, 182 libras de peso) que parecía, según mi pareja, “un pan doblao”. La realidad es que soy cabezón, y con un cuerpo muy delgado, parezco una paleta humana, lo cual se agrava cuando los demás me escuchan hablar y sospechan que tengo chicle en la cabeza.

Mencioné la estatura por varias razones. La primera es para que podamos poner en perspectiva el peso que iré mencionando. Otra es, como acabo de describir, para señalar que debe existir un límite al rebajar, considerando nuestra estructura física. Lo más importante es para “justificarme”: Cuando uno es muy alto, el sobrepeso se esconde mejor, y la gente no te describe como “un tipo gordo”, sino como “un tipo grande”, lo cual hasta suena positivo.

Combinamos todo esto con una vida inerte, la baja del metabolismo por la edad, y la rendición ante los fast food, frituras, hamburguers, pizza, y mucho más, y el peso entonces comienza a descojonarse (perdonen la palabra callejera; si quieren, puedo usar el término médico, que es “destesticularse”).

Por qué decidí rebajar

Fui aumentando de peso, pero le resté importancia. Primero, parte del engaño es que ocurre de manera escalonada, y crees que los demás no lo notan. Pero lo sabes, porque la ropa te va apretando, las tallas no te quedan igual, y comienzas a sufrir cambios físicos que prefieres achacar a la edad, ya que en eso no tienes control y, por tanto, no tienes que hacer sacrificio de mejora.

En mi caso, por mucho tiempo fui 34 de cintura. La última vez que usé un mahón de esa talla, debe haber sido hace unos quince años. Cambié a 36, pero aún sentía que mi estatura conspiraba a mi favor. Durante la pandemia (mucho me tardé en culparla, reconózcanme eso) subí a 38, lo cual era preocupante.

Recuerde que, para colmo, los varones resistimos mucho el cambio de talla. Antes de aumentar de cintura en los pantalones, dejamos que el botón del mahón nos marque la piel bajo el ombligo, le hacemos otro hueco a la correa, y nos dejamos la camiseta por fuera. Así cogemos de pendejos, en total, a una persona, que es nosotros mismos, porque los demás saben que esto es el equivalente a peinarse los pelos del lado para tapar la calva: una acción desesperada y fútil.

Claro, muchos dirán que el aspecto físico es una banalidad, y quizás usted tiene razón, aunque después los escuche criticando el aspecto del novio de su amiga. Lo importante es la salud, y aquí es que el peso tiene peso, perdonando la redundancia.

En mi caso, pues usaba las justificaciones usuales para el deterioro. Mi alta presión es heredada de mi madre. Mi dolor de rodilla es por tanto tiempo de uso. Si me sofoco rápido es que, caramba, ¿qué esperan de un adulto de 55 años?

Pero hubo un cambio físico que me frustró. Siempre he tratado de ser jovial, y en reuniones de trabajo, si todas las sillas están ocupadas, me siento en el piso. Si jugaba “Ultimate Chicken Horse” con mis hijos en el Nintendo Switch, los dejaba disfrutar del sofá y yo tomaba el piso.

Todavía podía sentarme en el piso sin problema.

El problema era pararme.

Ahora, para ponerme de pie, necesitaba algo contra lo cual hacer palanca. Entonces, se me soltaba una especie de gruñido (“Aaarggg”). El asunto empeoró: Sabes que has llegado al punto más bajo, cuando para ponerte de pie, añades un “puñeta” (“Aaarrrggg… ¡puñeta!”).

A este deterior físico, se sumó un cambio humillante: Talla 40 de pantalón. Esto lo había logrado postergar (como hacemos los varones), a pesar de que ya estaba usando camisetas XXL (lo cual me ponía a solo una X del porno). Usar una talla de pantalón que parece sacada de canción de José José, ya era el límite.

Así que me pesé.

Otra cosa sobre quienes subimos de peso: No nos pesamos porque, aparentemente, si no te pesas, no lo has aumentado.

Cuando me pesé la última vez, estaba en 36 de cintura. Pesaba unas 220 libras. Estimé que, posiblemente, ya pesaba unas 235 libras. Al menos, eso ponía en formularios.

Subí a la báscula.

252 libras.

Fuck, tengo que rebajar.

¿Cómo comenzar?

 Mucho se dice que toda solución comienza con reconocer el problema.

Aprovecho para mencionar que la gente es muy sensible para señalarles a otros que tienen sobrepeso. En realidad, que se joda.  Siempre pensaba que mi aumento en peso no se notaba, hasta que alguien tenía el valor (o maybe las ganas de joder) para decirme que estaba más gordo. Así que, gracias a quienes me lo señalaron, pues eso se sumó a los elementos, ya mencionados, que me convencieron a rebajar “en serio”.

Decidí no adoptar una dieta “a lo loco”. Ya en el pasado, había logrado rebajar cortando carbohidratos (lo cual sigue siendo un buen consejo) pero, como muchos han protestado, el peso se recuperaba tiempo después. Esta queja, en realidad, aplica a muchas dietas.

Busqué una evaluación sobre distintas dietas. La revista “US News & World Reports”, una de las pocas publicaciones que conserva credibilidad, hace cada año una evaluación de unas 40 dietas –basado en resultados y evaluación por dietistas y médicos– y las clasifica de mayor a menor.

La dieta que ha quedado en primer lugar, durante los pasados cinco años, es la dieta mediterránea. Esto no es una dieta muy específica, sino que se refiere a los hábitos alimenticios de quienes viven cerca del Mediterráneo, que mantienen excelente peso y sufren pocos problemas de salud. La dieta consiste principalmente en ensaladas, vegetales y frutas, pescado, nueces, y un vino ocasional. Comen de “todo lo demás”, pero en cantidades bajas.

Not bad. Pero no estaba seguro.

Decidí leer algo del tema. En mi colección de libros, tenía pendiente leer “Presto”, escrito por el mago Penn Jillette, quien a sus 60 años de edad, rebajó 100 libras de peso en poco tiempo. Fue un libro genial, porque aunque tampoco trata de una dieta específica, las lecciones aprendidas por el autor durante el proceso me fueron valiosas durante mi experiencia.

Así que, basado en lo vivido, les comparto mis cinco reglas para bajar de peso.

Regla #1: La meta no es bajar de peso, es comer diferente.

Empiezo por ésta, porque creo que es la crucial.

La razón por la cual bajamos de peso para después recuperarlo, es porque –aunque no lo articulemos así– lo estamos tratando como un proyecto temporal. En cambio, decidir reeducar el paladar, y alterar nuestros hábitos de comer es lo que nos va a brindar resultados a largo plazo.

En fin: Tenía que aprender a disfrutar otros alimentos. Y aceptar que algunos que me encantaban, no convenían. Ya mismo hablamos de cómo nos traicionarnos en esa decisión.

Regla #2: Crea tu propia dieta.

No, no es que comas lo que te salga de los cojones. Primero, que por eso estás gordo y lees esto. Además, los cojones dan mal sabor a la comida, o eso creo.

Lo que quiero decir con esto, es que debes determinar lo siguiente:

  1. Lo que te gusta: En mi caso, yo no soy fanático de las frutas y vegetales. Lo que he hecho es ir tratando distintos productos de esta sección del supermercado, y algunos los he podido añadir a la dieta, mientras que otros no pasan la prueba, y los descarto. Puedo obligarme a no comer algo que me gusta; pero no voy a forzarme a creer que me gusta algo que en realidad no disfruto. Para que puedas mantener tu dieta, debe gustarte lo que comes (diferente a comer lo que te gusta).
  2. Lo que está a tu alcance: Digo esto porque muchos trabajan fuera de la casa, y recurren a los “fast food”, donde las alternativas de buena comida son limitadas, muchas veces nulas. Para esto, trato de prepararme. En mi caso, he descubierto que debo siempre tener en mi gaveta, unos paquetes que ya vienen preparado con mezcla de atún y unas galletas. No llenan mucho (por lo general me como dos), y quizás no es lo más nutritivo disponible (para tener pescado y mayonesa en una lata, sin refrigeración, sin que se dañe, tiene que estar repleto de sal y preservativos), pero es mejor que la alternativa del “fast food”. Además, con eso aguanto hasta conseguir mejor opción para comer (otra ayuda que mantengo, son bolsitas de nueces; nota: el maní no es una nuez, por si acaso).

Regla #3: No te hagas el pendejo.

Cuando la gente me pregunta por dieta, quieren que les diga qué comer, o qué evitar.

Hablemos claro: Ustedes saben esto, no se hagan los pendejos.

Por ejemplo: Todos saben que el refresco es malo para la alimentación, como lo son las frituras, los postres (sَí: las donas cuentan como postre), el licor, los productos basados en harina, y otros. Usted sabe esto, no sea tan cabrón.

Hay comidas muy frecuentes que alimentan muy poco (en términos de vitaminas y minerales), y que tenían un propósito en un momento de la historia, y pasaron a nuestra tradición alimenticia, por ejemplo:

  • El pan: Producto de los tiempos de pobreza, es la manera de llenarte con la menor inversión. Por eso alimentaban a los prisioneros con pan y agua. Es casi lo mismo que comerse una esponja de cocina, pero sin líquido de fregar.
  • El arroz: Por lo mismo, te llena con poco dinero. Por eso es el alimento de las misiones contra la pobreza. Es una gran fuente de energía, que es otra manera de decir que tiene muchas calorías.
  • Las carnes procesadas: Las carnes tenían que viajar largas distancias para llegar a su destino, y por mucho tiempo no había refrigeración. Por eso se procesaban de cierta manera, mezclándose con mucha sal. Hoy en día, tenemos neveras, y transportación inmediata. Las carnes procesadas son innecesarias, pero nuestro paladar se ha encaprichado con ellas.

En resumen, usted sabe que el hamburguer con papas fritas y refresco,  es malo para rebajar, y por tanto no debe ser parte de su dieta. Y esto es doloroso aceptarlo: La pizza tampoco es buen alimento.

Claro, usted puede consumirlos en las excepciones, lo que me lleva a:

Regla #4: Identifica los pretextos.

Algo muy interesante que saqué del libro “Presto”, es el reconocimiento de que mucho de lo que comemos es “social”.

Cuando en diciembre dejé saber que estaba a dieta, me dijeron que escogí mala época, pues se acercaba Navidad.

Bueno, me gusta el coquito. Si estoy once meses sin tomarlo, significa que no lo necesito. Puedo estar doce sin problema.

Pero la mentalidad es que en Navidades tienes que beber coquito, consumir ron, hartarte de arroz con gandules, disfrutar morcilla, y meterte de turrón.

¿Por qué? Si no tienes hambre, no tienes que comer. Punto. Esta presión con la Navidad es parte del consumo social de comida.

Tome, por ejemplo, si usted va a una reunión, o fiesta, y hay una mesa llena de bandejas con entremeses. La norma –o el reflejo evolutivo– es consumir comida, solo porque está disponible, aunque no quiera.

Se reúne con unos amigos. Comparten una bandeja de entremeses, y piden cervezas. ¿Sabe que ellos no le van a dejar de querer si no come de los surullitos? (a lo mejor lo aprecian) ¿Entiende que quieren compartir con usted, aunque decida consumir algo sin alcohol? (nota: en mi opinión, puede seguir a los mediterráneos y beber una copa de vino, o si bebe algo que le gusta, limitarlo a uno solo).

El pretexto más grande es el social: Era una fiesta, estaba en casa de abuela, es Navidad, estaba de vacaciones, es que pasaron unas bandejas.

Nadie le metió la comida en la boca. Eso lo hace usted. No culpe a las circunstancias. La culpa es de usted, que las usa como pretexto para comer de lo que ya no está en su dieta, y encima de eso, sin necesidad.

El otro pretexto es considerar todo como una excepción, o “me lo merezco porque llevo dos días sin comer un dulce”. Sorry, pero, ¿cómo se le pone regla a esto? ¿Una excepción por día? ¿Cada dos o tres días? ¿Mensual?

Les diré mi caso: Yo me tenía una recompensa para cada vez que bajara cinco libras. Y esto es lo bueno de reeducar el paladar: Cuando llegaba a la meta, no me apetecía el “premio”.

Lo mejor es evitar las excepciones. No hay necesidad, y de eso voy a abundar en la regla 5.

Regla #5: Recuerda siempre que el cerebro es un cabrón

Algunos de los pretextos que mencioné son trucos del cerebro para que dejes la dieta. El cerebro es un cabrón.

Les explico. El cerebro es fanático de la satisfacción inmediata. El cerebro ve unas “chocolate chips”, y rápido te trata de convencer de lo rico que saben, de que eso no es nada, de que las mereces. El cerebro quiere disfrutar ahora. El cerebro no está interesado en que si sigues así, vas a soltar “puñetas” para ponerte de pie. Tampoco le importa el futuro de tu presión arterial, o de tu nivel de lípidos. Fuck that. Ahora es que estoy vivo, ahora es que hay “chocolate chips”, y ahora es que las quiero.

Así que el cerebro es como un mal amigo de la adolescencia. Recuérdalo.

Aquí un par de trucos.

En “Presto”, Penn Jillette sugiere que distingamos entre comer por antojo (que debes evitar), y comer por necesidad (que debes cumplir). Si quieres comer algo específico (“me comería un pedazo de pizza”) eso es antojo. Si te comerías lo que fuera, sin especificar, tienes hambre, así que adelante.

Mi truco personal es entender que cada acto es una decisión. Por ejemplo, me ofrecen un pedazo de bizcocho, y pienso:

“¿Prefiero la satisfacción del bizcocho, o prefiero la satisfacción de bajar de peso?”

Si está comprometido, la respuesta será fácil e inmediata.

El resultado

Como les mencioné, ya he rebajado 40 libras (estoy, según esta mañana, en 212). Piense en eso: Estaba cargando cuarenta bolsas de arroz cuando caminaba. Por eso la rodilla no me ha vuelto a doler (la molestia desapareció cuando llevaba casi 20 libras eliminadas, y no se asoma desde entonces). Ya he vuelto a sentarme en el piso, sin temor a gruñidos y palabrotas mientras me pongo de pie. Estoy mucho más ágil, y me canso menos. He podido hasta eliminar la siesta de la tarde.

Lo mejor es que no ha sido difícil. O debo decir, no tan difícil. Mi gente cercana me ha apoyado (es importante, por los cambios en el aspecto de las comidas sociales), y me motiva los comentarios positivos, así como ya estar regresando a camisas L, y que ya los mahones 36 me empiezan a quedar sueltos.

Me anima saber que me estoy alimentando mejor. Queda mucho por mejorar en mi dieta, pero esto es aprendizaje y experimentación. Todos somos diferentes, y por eso sugiero que diseñe su propio plan, considerando las reglas compartidas.

¡Feliz rebajación!

Alexis Sebastián Méndez (c)

Entre estas dos fotos: Menos de 3 meses, y unas 35 libras…
El libro del cual saqué varias ideas

5 Comments on “Cinco reglas para bajar de peso (o: cómo rebajé 40 libras que nunca subiré)”

  1. Genial. Yo estoy en ese prosceso y me descarrile por par de meses y he vuelto a empezar, llevaba 70 y he recuperado 20! Así que ahí vamos con el mismo amor. A cuidarnos todos amigo!

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  2. Maestro, gracias por este escrito. Mido 6′ 1″ y nunca he pesado más de 190; pero como entrenador personal, he visto el daño que hace el sobrepeso. Este escrito trata el tema con un mezcla perfecta de humor , seriedad y testimonio de vida. Pero lo más que me encantó, es que le dice a la gente lo que yo me muero por decirle a mis clientes: «no te hagas el pendejo».

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  3. Geniales tus recomendaciones y el tono humorístico con que las escribes. Un poco más y ya tienes la mitad del libro ready, con tus fotos de antes y después. Un Presto! puertorro, pero no “en arroz y habichuelas” porque en este caso hay que evitarlas pa’ rebajar. En serio, estoy en las de volver a rebajar (ya lo hice antes y sé hacerlo como bien dices) pero me animaste a cogerlo en serio pues me va a ayudar a la salud y a las dolamas de la rodilla. Te contaré luego.

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